Don Quijote de la Mancha
«Desocupado lector»: no disfruté la lectura del Quijote en el colegio, y seguramente tampoco la terminé. Muchos años más tarde –por suerte– decidí leerlo de nuevo. En ésta segunda ocasión escogí la edición puesta al castellano actual por Andrés Trapiello. Una maravilla.
Pocas cosas fomentan menos la lectura que la obligación de leer. En mi caso, además, se cumple aquella frase que Nassim Taleb escribía en Antifrágil: «lo que me hicieron estudiar ya lo he olvidado, pero aún recuerdo lo que decidí leer».
Desde luego, es curioso que uno de los personaje más famosos de la historia de la literatura sea un hombre al que «del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de tal manera, que acabó perdiendo el juicio».
Don Quijote ilustrado por Gustave Doré.
Hay dos cosas que me fascinan de esta novela: la metaficción y los refranes.
1. La metaficción.
La metaficción es una forma narrativa donde nosotros como lectores somos conscientes de estar ante una obra de ficción, y el autor comienza a jugar con la relación entre la ficción y la realidad.
Cervantes confronta la realidad y la ficción involucrándonos a nosotros como lectores: un personaje que enloquece y se cree un héroe y un cuerdo que sigue al loco; lo que creemos que somos y lo que somos, lo que somos y lo que los demás admiten que somos.
Al final, la realidad y la ficción quedan difuminadas en un juego caleidoscópico: referencias a la novela dentro de la novela, personajes que han conocido a Cervantes, el Quijote “real” y el Quijote de Avellaneda. ¿Qué es real y qué soñado?
2. Los refranes.
Cervantes tuvo una vida agitada: soldado, prisionero, escritor, recaudador de impuestos, etc. La calle como escuela de la vida. Un maestro en artimañas, trucos y engaños.
Aún conociendo su biografía, resulta increíble la cantidad de rimas, dichos, chascarrillos y refranes recogidos en el Quijote. Algunos pasajes son excepcionales:
[…] Pero ¡quita!, que es ella muy buena moza y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada; y los amores y los no buenos deseos suelen andar lo mismo por los campos que por las ciudades, por las chozas pastoriles y por los palacios reales, y quitada la causa, se quita el pecado, y ojos que no ven, corazón que no siente, y más vale quitarse de en medio que andar razonando.
—No más refranes, Sancho, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento; y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes, y que te sujetes, pero me parece que es predicar en el desierto, y ríñeme mi madre, por un oído me entra y por otro me sale.
—Me parece que vuesa merced es como aquello de: Dijo la sartén a la caldera: quítate allá, ojinegra. Me está reprendiendo que no diga yo refranes, y los ensarta vuesa merced de dos en dos.
—Mira, Sancho: yo traigo los refranes a propósito, y cuando los digo vienen como anillo al dedo, pero tú los traes tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo mal, te dije ya otra vez que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, y el refrán que no viene a propósito es antes disparate que sentencia.
Por último, me despido de ti, lector, igual que lo hacía Cervantes en el prólogo de la novela: «Y con esto Dios te dé salud y a mí no me olvide. Vale».
Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.
March 13, 2022 | @ArturoHerrero